En unos meses la salud de Pacho, el esposo de mi tía Marta se acabó. El cáncer, que no se sabe cuándo y en dónde empezó, se llevó su vida de a poco postrándolo en camas de hospitales y por último en su casa.

En todo el proceso de su muerte me estremeció profundamente la mirada de pánico y angustia, esa que reconozco desde hace tanto en mí, en mi gata cuando se asusta con la visita de hombres, en particular, y, cuando trabajé en preescolares, en la expresión de miedo de las caritas de niñas y niños llegando sin su madre los primeros meses de adaptación. Aprendí del dolor psíquico en la mirada de esos ojos.

Para las mujeres que cuidaban a Pacho con más constancia él tenía dos momentos muy definidos de este pánico: empezando la mañana y terminando la tarde. Ellas con su humor al borde, siempre le llamaban la hora de la chiripiorca y se preparaban para acompañar con más dedicación y paciencia.

No sé si la palabra que mejor describa estos momentos sea paciencia, pero después de pasar algunas horas cuidándolo, sé que, si Pacho vivo ya era terco, mandón y sin freno en sus deseos, en una cama, enfermo, adolorido y paniqueado con la muerte, mantuvo intactos sus modos y los descargó en un timbre. Timbraba sin piedad día y noche. Mi prima y mi tía estaban en shock sumado a que no podían estar todo el tiempo a su lado porque en su propia casa trabajan joyería y la angustia de los gastos presentes y por venir las tenía sin horarios de descanso

Quienes lo atendíamos esporádicamente no podíamos evitar que timbrara y que mi tía en especial no pudiera salir a tomarse un tintico ni a fumarse un cigarrillo.

Es en esta situación que las mujeres sin hacer agendas ni poner horarios empezamos a entrar y salir “como en una danza”, esta frase me la dio una amiga cuando le conté con emoción la belleza de esta presencia tan amorosa

Mientras unas estaban rezando con Pacho otra estaba remojando las plantas y otra lavaba la nevera o cocinaba. Al tiempo otra, desde su trabajo, averiguaba el alquiler de una cama hospitalaria

Otros días una lavaba el baño mientras la otra lavaba, colgaba y doblaba ropa y otra hacía reiki al enfermo. Mientras, unas y algunos otros llegaban con mercado, pan, queso, frutas y mecatos.

Otros días alguna le ofrecía ayuda a mi prima en la joyería y le insistía, aunque ella dijera que no, entonces se quedaba cerquita conversándole nomás y mientras, otras y algunos otros cuidaban a Pacho en el hospital para que mi tía Marta durmiera mejor en su cama y al otro día la llevaban o le pagaban un didi para suavizar el recorrido

Unos días unas apoyaban la cabeza de mi tía para que llorara tranquila y la otra le traía papel para secarse las lágrimas, mientras, otra estaba conversando o dándole de comer a Pacho y otra a la que mi tía llamó “la niña del café”, estaba preparando el café para servir tinticos. A la servida del tinto le pusieron nombre según el tamaño y su relación con un precio: el más pequeño de doscientos, el que le sigue de quinientos, el mediano de milqui y el más grande de dos mil. Nos íbamos aprendiendo el gusto de todas por el tamaño y si lo prefería con o sin leche.

Durante el último mes de la muerte de Pacho y con mayor intensidad en los últimos días se danzaba en el cuidado de mi tía y prima, de Pacho, de las plantas, perros y pájaros que ellas atienden.

La primera noche de su muerte se sentía tristeza y tranquilidad creo que a partes iguales. Tomaron aguardiente y entre risas y lágrimas yo sentí que celebraban la gracia de estar juntas y acompañadas.

En todas estas una de ellas reparó en la situación de mi apoyo al cuidado de Pacho y dijo algo parecido a que… “siendo yo tan feminista cómo es que atendí a un hombre tan machista, cómo hacía, qué le decía”…

Yo estaba acompañando e intentando suavizar el dolor y la angustia de mi tía Marta y mi prima al cuidar a Pacho, él no era el centro de mi hacer, aunque pasara horas a su cuidado. En la vida que le quedaba no me pasaba por la cabeza darle clases de comportamiento sensible, aunque tampoco desperdiciaba una que otra grieta en su conversación sobre todo para que no se perdiera sus últimos días del amor de su esposa, hijas, hijo y nietos. Esto fue infructuoso, el miedo a morir ocupaba todo su ser.

Hoy, siento como aprendo con los ojos de otra mirada feminista la grandeza de las mujeres y el placer de estar en relación.

Los ojos del pensamiento feminista de hoy son los que me hicieron llorar de la alegría por un acontecimiento inesperado, alegre, placentero y amoroso: la danza del cuidado de las mujeres.

 

Adriana Henao
Agosto 25 del 2023