Carmen Yago Alonso
Tierra Violeta, 10 de febrero de 2024

Buenos días y buenas tardes al tiempo. Qué bonito que podamos estar viviendo dos momentos del día a la vez, mediodía en México y la tarde en España. Qué bonito que nos una la relación, el gusto por el intercambio, de palabra y experiencia.

Este texto ha sido fruto de un viaje que comenzó en septiembre de 2023 y cuya llegada prevista era el 2 de diciembre, fecha que acordé con Marcela para encontrarnos en este Encuentro Internacional de Mujeres. Una semana antes del 2, tuvimos que aplazar la fecha porque me di cuenta de que al 2 de diciembre solo podía llegar forzándome, a través de la presión y por miedo a quedar mal, así que le propuse un cambio.

Fue, gracias a ella y a nuestra relación, el que hoy 10 de febrero estemos aquí de nuevo. Le pedí un tiempo extra. Ella, no sujeta a criterio, urgencia ni mandato, trajo a la relación lo que es de la relación: el placer. Aceptó y juntas demostramos que el patriarcado acabó, que ya no estamos para hacernos daño. La realidad es que, pocos días antes de mi compromiso del 2 de diciembre, no sabía cómo escribir lo que me tocaba decir. Cómo hablar del #SeAcabó en mi vida. Cómo he desterrado el patriarcado en mi hacer y qué decir del Dolor, de la violencia vivida… No sabía ordenar los recuerdos y enlazarme con el presente en lo que quería contar. Se me representaba todo como una tarea demasiado ingente. Gracias a Marcela, supe que del patriarcado una mujer sale sin patriarcado, con la paz necesaria, con la libertad de otra y eso, como le dije a ella en un correo, fue realmente lo que me ayudó.

Me gustaría poner palabras a mi experiencia de dolor, tránsito y luz que he vivido durante años en la Universidad. Trabajo en la Universidad de Murcia y, desde muy joven, desde los 18 años, estoy vinculada a esta institución. Primero como estudiante, fui becaria de investigación y actualmente soy profesora. No ha sido mi único trabajo. También imparto clase en la Universidad de Barcelona cada dos años, participo en el Máster de La Política de las Mujeres de Duoda. Este año, de hecho, tuve una experiencia maravillosa de relación con mujeres que están cursando el Máster, concretamente con Marcela y también con Elena. Fue un año especialmente productivo, porque la relación con vosotras ha sido un paso firme en el trabajo que, durante años, llevo haciendo con la violencia. No tanto con la violencia hacia otras mujeres, que como psicóloga me dedico a ello, sino con la violencia que he sufrido en carne propia, que, si bien he enfrentado durante años, nunca me he visto libre de sus consecuencias.

La primavera de 2023 fue un curso especial en este sentido y este texto es una especie de tributo, por este paso de más que he dado y porque lo que a mí me ha pasado no está desconectado de lo que ha acontecido en la vida de otras mujeres, en nuestro femenino común: este clamor femenino con el que, durante el pasado año, dijimos a los hombres una vez más Basta, estamos cansadas, hartas de ser vuestro blanco contra quien disparar. Lo dijimos a los hombres y a sus instituciones servidoras, lo dijeron las futbolistas con resonancia mundial.

2023 ha sido un año, que viene de años atrás, de una larga historia, en el que nos hemos pronunciado a lo largo y ancho del planeta en un mantra colectivo denominado #SeAcabó1.

Hoy aquí, junto a vosotras, me gustaría indagar el #SeAcabó propio, como posicionamiento vital, alineada en una constelación de mujeres de esta época, sabiendo que el patriarcado como sistema de organización social acabó, buscando coherencia en nuestras vidas, en mis actos, elecciones, viviendo la contemporaneidad que toca para hacerlo efectivo, porque una no dice se acabó de una vez para siempre, sino que se va haciendo en espiral hacia arriba.

Hablar del trabajo que he hecho para acabar con el Patriarcado no es fácil, como no es fácil trabajar la violencia que una ha sufrido. Y sí absolutamente necesario. La violencia que no se trabaja endurece el alma. Y puede no trabajarse y no cesar nunca el dolor que recuerda fielmente la historia.

Como escribió tan lúcidamente Emily Dickinson:

El dolor es un Ratón-

Y escoge Zócalo en el Pecho

Para su tímida Casa

Y desconcierta la búsqueda-

El Dolor es un Ladrón- que sorprendido rápidamente-

Aguza Su Oído- para escuchar el relato

De esa Vasta Oscuridad-

Que barrió Su Ser -hacia atrás-

El Dolor es un Malabarista- el más audaz en el Juego-

A menos que dé un respingo – el ojo entonces-

Se abalanza sobre Sus Magulladuras – Una- pongamos- o Tres-

El Dolor es un Glotón – perdona Su lujo-

El mejor Dolor no tiene Lengua -antes de que Él hable-

QuémaLo en la plaza Pública-

Sus Cenizas -lo harán

Posiblemente – si ellas rehúsan- Cómo saber entonces-

Si ni un Potro de tortura podría sonsacarle una sílaba – ahora

Este poema es el nº 753 de la genial poeta que, Ana Mañeru me regaló hace años y quise que estuviese en mi tesis de doctorado. ¿Por qué? Porque mi Doctorado versó sobre qué dicen las mujeres acerca de la injusticia de los hombres, qué dicen y qué hacen. Me acerqué a un universo de sentido, porque lo que ellas decían tenía que ver conmigo y, en algo me ayudaban sin yo saberlo.

Aunque en aquel momento para mí todo aquello era un secreto, años después, he sabido leer la razón por la que no publiqué esta tesis. Me negué. Una negación que me ha costado entender, tanto como cuesta entender por qué las mujeres hacen lo que hacen, pero yo, concretamente, tras la violencia que viví en el doctorado, decidí no exponerme -por escrito- más.

Este obstáculo ha sido una dificultad que me ha acompañado durante años y que ha permeado mi vida intelectual y académica. De hecho, terminé el doctorado y me fui de la Universidad para trabajar con otras mujeres que también habían sufrido violencia, en un trabajo de acompañamiento en el que permanecí casi 10 años.

De la Universidad, en realidad, no me fui del todo, mantuve mi puesto como profesora asociada y continué dando clases algunas tardes, pero abandoné mi trabajo como investigadora.

Durante estos 10 años, he tenido amigas que han mantenido ese hilo con mi pasado, Laura Mora, pidiéndome publicar la tesis, Práxedes con sus invitaciones a libros y congresos, y una profesora, María Jesús Vitón, con quien no he tenido demasiada relación, pero sí la suficiente como para pedirme que, por favor, hablara de mi trabajo en violencia.

Como le pasó a Audre Lorde, María Jesús fue para mí la mujer que me levantó del sofá, de esa pereza en la que me hallaba y me convocó a una conferencia en la Universidad Autónoma de Madrid, el 13 de enero de 2021. Una conferencia que tuvo que ser online porque se dio en pleno temporal de Filomena, nevada impresionante aquí en España. El nombre de Filomena para mí tenía un simbolismo muy importante, porque Filomena fue una mujer cristiana del siglo I a quien un hombre cortó la lengua por denunciar la violación que sufrió y ella fue capaz de comunicar a su hermana el delito, enviándole un tejido para juntas consumar la venganza y transformar al bárbaro en pájaro (una abubilla dicen).

El nombre de Filomena significa “la que ama cantar”.

Filomena con su temporal fue todo un hito para mí, porque aprendía una vez más que con la violencia se puede hacer algo otro que seguir en ella. El texto que presenté aquel 13 de enero comenzaba agradeciendo a María Jesús ponerme en ese lugar de enunciación tan difícil como es hablar del trabajo en violencia. Y, para explicar esta dificultad, me remití a un sueño que había tenido años atrás en el que, caminando por la calle, de noche, iba encontrando prendas de ropa tiradas por el suelo y, conforme avanzaba, me daba cuenta de que eran mías.

En el sueño, me recordaba atónita. Mi ropa estaba fragmentada y, poco a poco, iba recogiéndola, cual trapos olvidados, con la intención de llevarlos a casa. Eran mis prendas, abandonadas, depreciadas. A la mañana siguiente -ya despierta y consciente- me levanté con necesidad de comprar un tendedero. Llevaba días pensando que necesitaba un tendedero portátil para colgar ropa desde la ventana de mi habitación y así airearla hasta su secado. Compré uno en una gran superficie y, al intentar colocarlo en el marco de la ventana, cayó al patio de luces y se rompió. Quedó inservible.

¿Qué hice con la ropa entonces? ¿Qué he hecho conmigo y con lo que me ha pasado?

La acción de comprar el tendedero surgió de un sueño, de lo inconsciente y tenía mucho que ver con un largo período de mi vida. Tenía que ver con airear fragmentos de mi propio dolor, como piezas de ropa desechadas, y tenía que ver también con la falta de sostén, con la dificultad de poder tender la ropa, para ya limpia, que volviera a formar parte de mi cuerpo.

He trabajado muchos años haciendo este Servicio para otras mujeres que han vivido violencia. Siendo sostén y compañía en la medida que he podido. Ayudándolas a tender su ropa y, junto a cada una, he aprendido mucho, a través de la escucha atenta de su relato, contenedor de grandes historias de supervivencia. Ser testiga me ha enseñado que los fragmentos de lo acontecido, cuando superan la capacidad humana de comprensión, quedan perdidos en la

memoria y cuesta encontrarlos, exponerlos, recogerlos, hacerse cargo y saber qué hacer con ese dolor.

Este trabajo de acompañamiento es completamente asistemático. Está lleno de imágenes y de palabras que van formando una figura sobre un fondo oscuro y confuso, donde es muy difícil aclararse y ver. En mi caso, durante años me he estado moviendo en este fondo de magma, en un proceso ni racional ni lineal.

Trabajar en violencia me ha enseñado que lo más valioso del encuentro con una misma y con la otra es aquello que sucede gracias a las palabras, a lo que emerge, lo que pasa de forma inexplicable mientras hablamos y nos miramos…, mientras nos tocamos la una a la otra. Por eso, este texto forma parte de este contacto necesario para ahondar y emerger un poco más.

Como psicóloga sé que hay un conocimiento disponible para el tratamiento de los traumas más conocidos, aquellos que provoca la violencia y son legibles, (legítimos) porque identifican claramente a la víctima y, a veces, al agresor. Pero también hay traumas, no nombrados o menos visibles que quedan en la sombra.

Así ha sido para mí con la violencia hermenéutica e institucional en la Universidad, ante la que he hecho un esfuerzo de supervivencia durante décadas, un trabajo de hilar hondo, a veces perdida, siempre acompañada, a punto de naufragar y felizmente encontrada. Pero tantas veces a oscuras y a tientas.

Nunca he nombrado esta violencia con tanta claridad como en estos últimos años. Del potencial de su agresividad, volví a darme cuenta cuando regresé a la Universidad en 2022. Después de mis 10 años de salvación, gracias a la relación viva con mujeres que cada día eran fuente de luz, inspiración y alegría, en 2022, regresé a la casa del horror, que para mí había sido la Universidad. Regresé por el deseo de hacer un cambio, por justicia también, dejando mi tabla salvadora y optando por un contrato a tiempo completo como profesora universitaria.

Y sentí mucho miedo. Sin embargo, había algo que me obligaba a volver, a recoger la ropa perdida y a decidir qué hacer con ella. Como he relatado en el sueño, este proceso comenzó años antes. Necesitaba volver a mirar de frente lo acontecido.

Hasta entonces y durante ese año, volví a entrar en contacto con lo que había sido mi proyecto vital, mi trayectoria, algo que hasta entonces no había podido más que evitar. Solo escuchar la palabra currículum, plaza, tesis, publicaciones… me producía un encogimiento del alma en el cuerpo que me ponía mala. Eran términos (o sea una realidad) que trataba de evitar a toda costa.

Cada vez que me exponía, me dolía encontrarme con una realidad a la que no podía hacer frente más que de lado, esquivando el potencial destructor que tenía para mí. Pero, en 2022, decidí no abandonar. A veces pensaba si no estaba atrapada en una telaraña de años de abuso, como una mujer maltratada, atrapada por una dependencia patológica. Quizá no podía despegarme del yugo que me apretaba, ¿y si todo era eso? Nunca lo negué ni lo afirmé. Continué.

¿Hasta dónde tenían que ver mis ojos? ¿Hasta dónde tengo que llegar? Cuando regresé en 2022, tras el advenimiento de la plaza como ayudante doctora, sentí una alegría muy profunda. Todo empezó a encajar. Las relaciones infructuosas se convirtieron en relaciones productivas, llenas de vida otra vez y, aquellas que estaban empañadas por el polvo del derrumbe del patriarcado, cayeron de golpe. Fue así de contundente. Lo que fue sí se quedó y lo que fue no se marchó. No hubo tintas medias. Esta alegría me duró dos meses. Del 28 de febrero de 2022, el día que me enteré de que gané la plaza, hasta el 28 de abril, día que recibí una notificación por correo. En la madrugada de ese jueves 28, me desperté de una pesadilla en la que, en una ciudad de muertos, que yo atravesaba en un coche blindado, una bala impactaba directamente en mi cuello a pesar de la protección. El sueño tenía un final abierto, porque, si bien estaba cerca del hospital, yo no sabía si llegaría a salvarme o me desangraría por el

camino.

El sueño no era solo una imagen. Tuve la sensación física de estar desangrándome.

Esa mañana, unas horas después del sueño, recibí un correo del servicio jurídico de la universidad con la notificación de que mi competidora de departamento había puesto un recurso de 14 páginas a la resolución por la que yo había ganado la plaza. El acto de esta mujer para mí tuvo un impacto brutal. Esta mujer hizo su movimiento a traición, sin importarle el medio para conseguir su fin. Realmente su recurso era un despropósito de autoritarismo maltrecho. Pero yo recibí el disparo y quise salvarme. Durante 10 días, con ayuda de todas las personas a las que se la pedí, conseguí redactar un escrito impecable defendiendo la legitimidad del concurso por el cual yo había ganado la plaza. El 25 de noviembre de ese año, Día internacional para la eliminación de la violencia contra las mujeres, la comisión de reclamaciones resolvió a mi favor.

Fue un alivio saber que esta vez el disparo no pudo conmigo.

¿Pero qué significó este disparo? Este disparo simbolizaba la violencia de una mujer profundamente atravesada por el patriarcado que disparaba contra otra más joven y a la que consideraba blanco de violencia. Una energía destructora que la agresora, una mujer violada simbólicamente y servidora fiel a sus patriarcas, como un zombi, disparó contra mí. La representación más bestia del patriarcado en un tiempo en el que ya no nos toca vivir esto.

Cuando entregué mi respuesta de contestación, me quedé tranquila. Confiaba en mis palabras frente a su diatriba y el estrés cesó. Sin embargo, ese verano volvieron sobre mí todos mis miedos.

Sentí un miedo atroz a exponerme de nuevo. No me sentía competente para tomar mi sitio. Recuerdo que me venía una imagen en la que me veía como una vaquera perdida en una calle llena de polvo del lejano oeste y con un sentimiento de angustia que podía conmigo tras haber vivido un duelo de pistoleras. Me había encontrado de nuevo con la violencia de frente, ahora ya sin tapujos. Y, a pesar de sobrevivir al disparo, el dolor estaba haciendo mella, con el miedo como acompañante y con la necesidad de protegerme en esta ciudad sin ley. Volví a experimentar esa sensación de angustia interminable.

Ese otoño, de hecho, tuve algunos problemas corporales, muy extraños, que me indicaban que había sido blanco de violencia.

Pero volví a sobrevivir y la vida me puso de nuevo ante el desafío de elegir qué hacer… ¿Permanecer en la casa de los fantasmas o volver a ese lugar seguro donde yo había hecho ya mi casa?

En 2023, se me ofreció la oportunidad de volver a la plaza que, durante años había ocupado con felicidad, aquel trabajo de salvación que me había permitido sobrevivir. La vida me regalaba una oportunidad para salir de aquella hostilidad universitaria, en condiciones laboralmente bastante buenas.

Pero esta elección no era fácil. ¿Podía dejar mi trabajo en la Universidad después de haber conseguido sobrevivir al último episodio de violencia y optar por este camino que se presentaba como una oportunidad? ¿Qué oportunidad era la mía?

Me encontré ante una encrucijada y comencé a tener una serie de sueños que, como capítulos de una serie, me iban indicando el camino y el momento en el que estaba. Fueron 9 meses de duda permanente, en los que perdí el sueño, busqué toda la información que pude para ver cómo llevar a término mi decisión, y transité una angustia que me ponía de frente el miedo que sentía a continuar en la Universidad.

Temía dejar de apostar por mí, por mi deseo original, con el que yo había regresado de vuelta para cultivar mi propio jardín.

Pero… ¿Era posible crear esta posibilidad en una estructura vieja y fallida como hemos llamado siempre a la casa del padre?

¿Qué hacer ante este dilema? Estuve en terapia unos meses y recuerdo una imagen que me regaló Teresa, mi psicoterapeuta, en la ella me veía en el aeropuerto, a punto de despegar, recibiendo una llamada de teléfono que me indicaba que tenía asuntos que resolver antes de emprender el vuelo. Y así fue.

Durante 2023, además de soportar la angustia del dilema, he trabajado como he podido en mis clases, investigación y terapias con estudiantes en la Universidad.

He defendido de nuevo a capa y espada mi lugar y mi propósito, fiel a mi libertad apoyándome en las mujeres de mi vida en cada una de mis decisiones: Eva, María José, Loren, Ivette, mi madre….

Durante 2023, he hecho muchas cosas, entre otras, me puse en manos de María, una amiga que me ofreció una limpieza de aura. Durante el trabajo con ella entré en un estado de semi trance, en el que, por un rato, quedé dormida y acudió una palabra: “Catenaria”. Desperté y, sin tener ni idea de qué significaba esta palabra, más allá que una línea de tensión en una vía electrificada de tren, busqué su imagen. Efectivamente la catenaria, además de ser la vía por la que discurre la electricidad ferroviaria, es una curva ideal que representa físicamente la curva generada por una cadena, cuerda o cable sin rigidez flexional, suspendida de sus dos extremos y sometida a un campo gravitatorio uniforme. Sonaba bien. Curva sin rigidez.

Así, en un momento en el que yo estaba en una máxima tensión interna, sin curva, la catenaria me hablaba de facilidad, de unión de dos extremos sin rigidez.

Durante esos días, conté mi dilema a Rosa, una amiga, y ella me pidió que mirase un cuadro. “Hércules en la encrucijada” (Annibale Carraci, 1596). Este cuadro representa al mítico Hércules entre dos mujeres, una le muestra el camino de la virtud a través de la senda escarpada del deber y la otra le indica, el de la buena vida, a través del camino del placer. Ella me dijo, a ver qué te inspira el cuadro y qué quieres hacer.

Días después en una ruta de montaña encontré un caminito que se parecía bastante al que el cuadro mostraba como el del deber y, sin embargo, a mí verlo me resultó placentero. Antes de ver este cuadro, algo claro había en mí, yo no soy un hombre y mi sentir siempre ha sabido reconocer el placer, incluso en el deber, como me mostraba la montaña. O sea que… La encrucijada de Hércules no era la mía.

Esta falta de representación, por momentos, me confundió porque realmente necesitaba verme para entender qué estaba atravesando yo y, aquella obra, aparentemente universal, no era una guía. Tiempo después me di cuenta de que parte de la psicología se fundamenta en el relato de ese tipo de epopeyas.

El ciclo vital se entiende como una secuencia de encrucijadas en las que cada uno se ha de enfrentar a ciertos compromisos y demandas de la sociedad, como si de una batalla de gladiadores se tratase. El ser humano es una gran tarea evolutiva (dicen).

Desde luego que yo he atravesado un gran desafío para mí y me he cansado, me he cansado de la batalla2 pero mi vida no es esta sucesión de eventos pesados y yo no tengo la musculatura de un gladiador. Mi vida, entre otras cosas, es siempre la relación que me salvaguarda ante las inclemencias. He vivido momentos de vida cálidos, disfrutones, amplificados, amorosos, confusos, desarmados, dolorosos, siempre en relación con alguien, habitualmente una mujer.

Algunos conflictos me han resultado dificilísimos. Porque me he puesto al borde del abismo. Han sido una gran experiencia de inquietud y sufrimiento y, al tiempo, una fuente inagotable de crecimiento y expansión. Este que he contado ha sido uno de ellos.

Durante este 2023, he aprendido que el tiempo de espera es un camino en el que, en muchos momentos, me falta fe. Y he aprendido también que en mi vida siempre acontece dios, el mío, el de las mujeres (no el de la Iglesia).

Así, hoy, para mí esperar es soportar el presente y estar necesitada de dios.

En estos momentos sigo haciendo mi trabajo de conciencia y espera respecto a mi futuro, con la certeza de que el patriarcado ha acabado y lo sé porque ya no tengo miedo. Realmente no creo que nada malo me vaya a pasar, porque tengo las de ganar. Una mujer hoy en día tiene las de ganar y hemos de ser conscientes de ello. Si me quedo en la Universidad, si vuelvo a mi antigua casa, o, si se abre una tercera vía, realmente no voy a salir perdiendo. Me siento segura de mí. Con el final del patriarcado, la violencia hacia las mujeres no ha terminado. Pero nada es lo que era y menos lo que fue. Aquí lo dejo, #SeAcabó.

Nota: Cuando sufres violencia, la respuesta hacia fuera es necesaria para defenderte y protegerte. La respuesta hacia dentro es parte de la restauración necesaria. Esta respuesta yo la he podido dar en relación siempre con otra mujer, cuyas palabras, como una bocanada de aire, me han limpiado de todo mal. Si alguien cortó tu lengua un día, está bien decirle a ese alguien que nunca más lo podrá intentar. Al mismo tiempo, hay que sentir y mirar dónde está ese corte en ti, porque habrás de ser tú, junto a otra u otras, quien hará la restauración de esa ruptura, uniendo pasado y presente, bajo la certeza de que tú sabías hablar y que, ahora, es posible de nuevo, porque nada es lo que era y menos lo que fue.

Para terminar, me gustaría cerrar con el poema 247 de Emily Dickinsoni:

La Lámpara arde segura – dentro –

Aunque las Siervas – suministren el Aceite –

Esto no le importa a la atareada

Mecha –

¡En su fosfórico afán!

La Esclava – olvida – llenarla –

La Lámpara – sigue ardiendo – dorada –

Tan inconsciente de que el aceite

se ha acabado –

Como de que la Esclava – se ha ido.

i Cedido por Ana Mañeru, traductora junto a Carmen Oliart, del poema a partir del manuscrito original de Emily Dickinson. www.sabinaeditorial.com

1 En 1996, las mujeres de la Librería de Milán “El final del patriarcado. Ha ocurrido y no por casualidad”

2 Teresa de Ávila: “La batalla será larga, la recompensa eterna”